27/3/11

Harpo Marx.


Ahora que he acabado la autobiografía de Harpo Marx puedo decir que estoy totalmente de acuerdo con lo que dice Elvira Lindo en el prólogo de la edición española, cuando lo acabas te entran ganas de salir a la calle a patear charcos, ha constituido una agradable sorpresa que uno de mis héroes cómicos tenía el mismo espíritu infantil en la vida que su personaje, rey de la pantomima y el caos.
He aquí una de las tantas anécdotas que basculan entre lo desternillante y lo entrañable que demuestran que cuando Harpo dejaba el arpa y la bocina y los cambiaba por una pluma sabía seguir creando magia, ésta anécdota en concreto la cuenta por él George Burns

Allí está Harpo, en medio del cine lleno, dormido como un tronco a mitad de película. Tiene en el rostro una sonrisa de beatífica ebriedad y en el regazo una bolsa de caramelos de regaliz del tamaño de un saco de patatas: tras zamparse un par de docenas de ellos, ha perdido el conocimiento. Repentinamente, Harpo se agita en sueños. La bolsa se desgarra. Treinta dólares de caramelos de regaliz se desparraman por todo el local. ¿Saben ustedes cuántos caramelos de regaliz se pueden comprar con treinta dólares? ¡Dios mío, que cuadro! El público no sebe lo que está ocurriendo, solo intuye que se ha producido alguna suerte de desastre. Gritan y aprietan a sus hijos en sus brazos y abren los paraguas. Empiezan a correr en estampida hacia la salida, pero resbalan al pisar los caramelos de regaliz y ruedan por los pasillos para quedar apilados allí abajo, como indios muertos. Pueden creerme: aquello fue peor que la inundación de Johnstown. Finalmente, se suspende la proyección y se encienden las luces; el gerente logra controlar el pánico mientras el personal de limpieza barre los residuos.
¿Y Harpo? Harpo durmió todo el tiempo. Como un tronco, con esa sonrisa ebria en el rostro. Al acabar la película Susan le despierta y se da cuenta de que han desaparecido sus caramelos de regaliz, así que se vuelve hacia mí y dice que debería darme una buena por haber cometido un robo tan traicionero y sucio. ¡Comerme todos sus caramelos de regaliz mientras él veía la película! Luego se suavizó un poco: es imposible para Harpo seguir enfadado con nadie, ni siquiera conmigo, y me palmeó en el hombro.
 
Esta bien-dijo. Te perdono, George. Ya había comido bastantes de todas maneras.
Traté de decirle lo que había ocurrido, pero no me creía, seguía repitiendo:
-Olvídalo, George. Te perdono.
Hasta el día de hoy, sigue creyendo que me comí su maldito costal de caramelos de regaliz.
 
 

1 comentario:

Jose - chocomensaje dijo...

Leí la biografía de Groucho "Mi vida con Groucho" escrita por su hijo y me impresionó. Imagino que la de Harpo será interesante también

Un saludo